Hace
más de tres décadas fue acuñado en la sociedad el término amor libre,
glorificado en películas y canciones. Un amor sin prejuicios ni
prohibiciones, sin tabúes ni complejos.
Amor libre, amante, hacer el amor, la prueba de amor, pasión de
amor, amor… amor… amor. Tan manoseado está el amor que ya no sabemos
qué quiere decir. Parece que, a fuerza de trivializarlo, el amor ha
perdido significado.
¿Cuál es el amor libre? ¿El de los greñudos hippies de la década de Woodstock que se van al mar a hacer el amor? ¿El de la universitaria que acude a la clínica abortiva para interrumpir el embarazo?
Ante estas manifestaciones del amor libre, queda la duda de en dónde encasillar otras manifestaciones del amor.
El amor de una madre que se sacrifica por su hijo, el de un amigo
sincero, el de unos esposos que, después de veinticinco años de
matrimonio, se siguen amando pese a todo, el de un padre que se quita
el pan de la boca para dárselo a sus hijos. Tal vez estas
manifestaciones del amor no son libres, si las otras lo son.
¿Cuál es entonces el verdadero amor libre? ¿El que se nos presenta
en las películas pornográficas, despojado de toda responsabilidad? ¿Ese
amor del hoy te quiero y mañana, si te he visto, no me acuerdo?
No. Aunque lo digan esas películas de mentira y de personajes
irreales, el verdadero amor libre pocas veces aparece en la televisión.
Es el que no se busca a sí mismo.
El amor libre es la ilusión de la joven por entregarse
completamente a un solo hombre en el matrimonio y formar una familia
que irradie amor.
El amor libre es el del novio que ama a su novia, precisamente porque es ella, y no la ve como un mero objeto de placer sexual.
El amor libre del obrero, del empresario, del camionero que se desgasta día a día para ofrecer a sus hijos lo mejor.
El amor hecho fidelidad, de la anciana mujer a los pies del lecho
del marido enfermo. El amor que nace, se desarrolla y se agiganta en
cada una de las familias.
Este es el amor libre. No hay otro. El amor es libre o no es amor.
Es el que ofrece abiertamente su libertad como acto supremo de amor.
Y si esto es así, ¿cómo llamar al amor indiferente del hippie a
quien le da lo mismo acostarse con ésta o con aquélla, que le da lo
mismo que sea un hombre o una mujer el objeto que satisfaga su egoísmo?
Amor no libre, amor de esclavo.
Es la negación absoluta del amor, porque el amor siempre se dirige
hacia el otro. Amor que no sacia, que deja un sabor de angustia y de
dolor. Esto no es amor verdadero, no es libre.
El amor verdadero no necesita adjetivos.